Marco Antonio Guzmán Neyra | Facebook
Lo que nos inquieta todavía más son algunas de vuestras palabras, que dan a entender que podría haber una evolución de la doctrina para responder a las nuevas necesidades del pueblo cristiano.
(Bernard Fellay, superior de la Fraternidad San Pío X).-
Santo Padre: Con viva inquietud comprobamos a nuestro alrededor la degradación progresiva del matrimonio y de la familia, origen
y fundamento de la sociedad humana toda. Esta disolución se acelera con fuerza,
sobre todo por la promoción legal de los comportamientos más inmorales y
depravados. La ley de Dios, incluso simplemente natural,
es hoy por hoy pisoteada públicamente, los pecados más graves se
multiplican de manera dramática y claman venganza al cielo.
Santo Padre,
No podemos negar que
la primera parte del Sínodo dedicado a "Los
desafíos pastorales de la familia en el contexto de la
evangelización" nos ha alarmado vivamente.
Hemos escuchado y leído, de personas constituidas en dignidad eclesiástica -
que se atribuyen vuestro respaldo, sin ser desmentidas -, afirmaciones tan
contrarias a la verdad, tan opuestas a la doctrina clara y constante de la
Iglesia en lo concerniente a la santidad del matrimonio, que nuestra alma se ha
visto profundamente perturbada. Lo que nos inquieta todavía más son
algunas de vuestras palabras, que dan a entender que podría haber una evolución
de la doctrina para responder a las nuevas necesidades del pueblo cristiano.
Nuestra inquietud brota de la condenación que San Pío X hizo,
en su encíclica Pascendi, del acomodación del dogma a pretendidas exigencias
contemporáneas. Pío X y vos, habéis recibido la plenitud del poder de enseñar,
de santificar y de gobernar en la obediencia a Cristo, que es el Jefe y el
Pastor del rebaño en todo tiempo y en todo lugar, y de quien el Papa debe ser
el fiel vicario sobre esta tierra. Lo que ha sido objeto de una
condenación dogmática no puede convertirse, con el tiempo, en una práctica
pastoral autorizada.
Dios autor de la naturaleza estableció la unión estable del hombre y de
la mujer con vistas a perpetuar la especia humana. La Revelación del Antiguo
Testamento nos enseña de modo clarísimo que el matrimonio, único e indisoluble,
entre un hombre y una mujer, fue establecido directamente por Dios, y que sus
características esenciales fueron sustraídas a la libre elección de los hombres
para permanecer bajo una protección divina particularísima: "No codiciarás
la mujer de tu prójimo" (Éxodo 20, 17).
El Evangelio nos
enseña que Jesús mismo, en virtud de su autoridad suprema, restableció
definitivamente el matrimonio, alterado por la corrupción de los hombres, en su
pureza primitiva: "Lo que Dios ha unido, ningún hombre lo
separe" (Mateo 19, 6).
Es gloria de la
Iglesia católica a lo largo de los siglos haber defendido contra viento y
marea, a pesar de las solicitaciones, amenazas y tentaciones, la realidad
humana y divina del matrimonio. Siempre ha llevado bien alto - incluso si
hombres corruptos la abandonaban por ese solo motivo - el estandarte de la fidelidad, de la pureza y de la fecundidad que
caracterizan el verdadero amor conyugal y familiar.
Ahora que se acerca
la segunda parte de este Sínodo consagrado a la familia, estimamos en
conciencia que es nuestro deber expresar a la Sede Apostólica la profunda angustia que nos embarga al pensar en
las "conclusiones" que podrían ser propuestas en esta ocasión, si por
gran desgracia fueran un nuevo ataque contra la santidad del matrimonio y de la
familia, un nuevo debilitamiento de la naturaleza de la sociedad conyugal y de
los hogares. Esperamos de todo corazón que, por el contrario, el Sínodo hará
obra de verdadera misericordia recordando, para el bien de las almas, la doctrina salvífica íntegra referente al matrimonio.
Tenemos plena conciencia, en el contexto actual, que las personas que se
encuentran en situaciones matrimoniales anormales deben ser acogidas
pastoralmente, con compasión, para mostrarles el rostro misericordiosísimo del
Dios de amor que la Iglesia da a conocer.
Sin embargo, la ley
de Dios, expresión de su eterna caridad para con los hombres, constituye en sí
misma la suprema misericordia para todos los tiempos, todas las personas y
todas las situaciones. Rezamos, pues, para que la verdad evangélica del
matrimonio, que debería proclamar el Sínodo, no sea en la práctica
eludida mediante múltiples "excepciones pastorales" que
desnaturalizarían su verdadero sentido, o por una legislación que anularía casi
infaliblemente su alcance real. En cuanto a esto, no podemos disimularos que
las recientes disposiciones canónicas del Motu proprio Mitis iudex Dominus
Iesus, que permiten declaraciones de nulidad
aceleradas, abrirán de facto las puertas a un procedimiento de
"divorcio católico" sin llevar el nombre de tal, a pesar de las
referencias a la indisolubilidad del matrimonio que lo acompañan. Estas
disposiciones van en la dirección de la evolución de las costumbres
contemporáneas, sin tratar de rectificarlas según la ley divina; ¿cómo, pues,
no estar conmocionado por la suerte de los niños nacidos de estos matrimonios
anulados de manera expeditiva, que serán las tristes víctimas de la
"cultura del descarte"?
En el siglo XVI el
Papa Clemente VII denegó a Enrique VIII de Inglaterra el divorcio que éste
solicitaba. Frente a la amenaza del cisma anglicano,
el Papa mantuvo, contra todas las presiones, la enseñanza inmodificable de
Cristo y de su Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. ¿Veremos ahora
esta decisión desaprobada por un "arrepentimiento canónico"?
En todo el mundo en
estos últimos tiempos numerosas familias se han movilizado valientemente contra
las leyes civiles que socavan la familia natural y cristiana, y alientan
públicamente comportamientos infames, contrarios a la moral más
elemental. ¿Puede la Iglesia abandonar a aquellos que, a
veces en detrimento propio y siempre bajo burlas y ataques, libran este combate
necesario pero difícil? Ello constituiría un anti testimonio
desastroso y sería para estas personas fuente de hastío y desaliento. Los
hombres de Iglesia, por el contrario, por su misión misma deben aportarles un
apoyo firme y motivado.
Santo Padre,
Por el honor de nuestro Señor Jesucristo, para consuelo de la Iglesia y
de todos los fieles católicos, por el bien de la sociedad y de la humanidad
toda, en esta hora crucial, os suplicamos, pues, que hagáis resonar en el mundo
una palabra de verdad, de claridad y de firmeza, en defensa del matrimonio
cristiano, e incluso simplemente humano, para sostén de su fundamento, a saber,
la diferencia y complementariedad de los sexos, como apoyo de su unicidad y de
su indisolubilidad.
Confiamos esta
humilde súplica al patronazgo de San Juan Bautista, que conoció el martirio por
haber defendido públicamente, contra una autoridad civil
comprometida por un "nuevo matrimonio" escandaloso, la
santidad y la unicidad del matrimonio, suplicando al Precursor de conceder a
Vuestra Santidad el valor de recordar ante el mundo entero la verdadera
doctrina del matrimonio natural y cristiano.
En la fiesta de
Nuestra Señora de los Dolores, 15 de septiembre de 2015
+Bernard FELLAY
Superior General de
la Fraternidad San Pío X
Fuente: Religión Digital - 29 Septiembre de 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario